¿CUAL?
Escritor: César Contó
País: Colombia
País: Colombia
¿Cuál ha de ser, cuál ha de ser, Dios mío?
Yo al esposo miré y él me miró; Querido Juan que me ama todavía Con la misma ternura de aquel día En que el cielo bendijo nuestra unión.
Ambos mudos: Yo quise
Este triste silencio interrumpir, Y en voz muy baja y trémula le dije: “repite lo que ofrece y lo que exige En su carta Roberto”. Dice así: Y Juan leyó: “De vuestros siete hijos Dadme uno para siempre, el que escojáis, Y yo en cambio os daré tierras y casa; Tenderéis fortuna y bienestar sin tasa, Y el hambre ahuyentaréis de vuestro hogar”. Torné a mirar a Juan; en su vestido Vi la pobreza; en su semblante vi Las huellas del insomnio y la fatiga Del trabajo tenaz que yo, su amiga, A mi pesar, no puedo compartir. Y pensé en nuestros hijos: ¡ay, son tantos! ¡Siete qué mantener y qué educar! Luego exclamé con aparente calma: “mientras durmiendo están- hijos del alma- Ven y escojamos el que se ha de dar”. Con paso lento, asidos de la mano, La penosa revista al comenzar Llegamos a la cuna de María; ¡Oh cuán hermosa estaba! Parecía Una rosa entre Lirios y azahar. El pobre padre quiso acariciarla Y con su tosca mano la tocó; Ella hizo un ligero movimiento. Él retiró la mano y con acento Que nunca olvidaré, dijo: “Esta no”. Fuimos a una camita donde juntos Formaban dos un grupo encantador; ¡Tan lindos, tan pequeños, Tan queridos! ¡Y cómo cuando están así dormidos, Inspiran más ternura y compasión! Una lagrima vi que humedecía La rosada mejilla de Julián; La enjugué con un beso de ternura, Y dije: “El pobre es una criatura, A este tampoco lo podemos dar”. Allí está Luis, su pálido semblante Aún en medios del sueño deja ver Las huellas del dolor; ¡padece tanto! ¡que a veces me pregunto, con espanto, Si mi suerte será llorar por él! Por largo espacio con los ojos húmedos Mirándolo estuvimos: Juan al fin Dijo sintiendo como yo sentía: “A éste nunca jamás lo entregaría, Ni por un mundo, ni por mundos mil”. Allí Pepillo está: ¡Muchacho malo! Nunca sumiso, siempre en rebelión, No me deja un momento de reposo: ¡es tan inquieto, altivo y caprichoso, Tan díscolo y travieso el picarón! ¡Pobrecito! para este sacrificio ¿Le tocará la suerte al infeliz? “¡Oh nunca!” Dijo el padre con ternura; que sólo de una madre la dulzura Lo puede soportar y corregir”. Al lado de la cama de Eloísa Caímos de rodillas Juan y yo; ¡Hija del alma la queremos tanto! Es nuestro orgullo y del hogar encanto Por su bondad, su gracia y su candor. Mi corazón latía con violencia Cuando dije temblando: “A ella quizá Para su educación... le convendría... Mas Juan me interrumpió con energía: ¡Calla, calla por Dios! ¡Esta, jamás! Solo falta Tomás, el mayorcito: ¡Tan sincero, tan noble, tan leal! Es el vivo retrato de su padre: “A éste, exclamé, del lado de la madre Nadie del mundo lo podrá arrancar”. “¡A ninguno!” exclamamos en concierto “¡A ninguno, a ninguno!” repetimos Con expresión de gozo indefinible; Y luego le escribimos En términos corteses a Roberto, Que aceptar su propuesta era imposible. Después de aquel momento, Sentimos más valor, más energía, Y sostenemos con mayor aliento, El rudo trabajar de cada día. Verdad es que ganamos el sustento Con afanes prolijos: Empero en el hogar reina el contento Y no falta ninguno de los hijos. Si la miseria alguna vez alcanza A llegar al umbral de nuestra puerta, No la ha de hallar abierta, Porque tenemos puesta la esperanza. En aquel, que de todos es consuelo, Y con los ojos en la tierra fijos, A los pobres protege desde el cielo Y el pan les da para sus tiernos hijos. |
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