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viernes, 8 de febrero de 2013

¿CUAL?


  ¿CUAL?

Escritor: César Contó
País: Colombia
¿Cuál ha de ser, cuál ha de ser, Dios mío?
Yo al esposo miré y él me miró;
Querido Juan que me ama todavía
Con la misma ternura de aquel día
En que el cielo bendijo nuestra unión.
Ambos mudos: Yo quise
Este triste silencio interrumpir,
Y en voz muy baja y trémula le dije:
“repite lo que ofrece y lo que exige
En su carta Roberto”. Dice así:

Y Juan leyó: “De vuestros siete hijos
Dadme uno para siempre, el que escojáis,
Y yo en cambio os daré tierras y casa;
Tenderéis fortuna y bienestar sin tasa,
Y el hambre ahuyentaréis de vuestro hogar”.

Torné a mirar a Juan; en su vestido
Vi la pobreza; en su semblante vi
Las huellas del insomnio y la fatiga
Del trabajo tenaz que yo, su amiga,
A mi pesar, no puedo compartir.


Y pensé en nuestros hijos: ¡ay, son tantos!
¡Siete qué mantener y qué educar!
Luego exclamé con aparente calma:
“mientras durmiendo están- hijos del alma-
Ven y escojamos el que se ha de dar”.
Con paso lento, asidos de la mano,
La penosa revista al comenzar
Llegamos a la cuna de María;
¡Oh cuán hermosa estaba! Parecía
Una rosa entre Lirios y azahar.

El pobre padre quiso acariciarla
Y con su tosca mano la tocó;
Ella hizo un ligero movimiento.
Él retiró la mano y con acento
Que nunca olvidaré, dijo: “Esta no”.

Fuimos a una camita donde juntos
Formaban dos un grupo encantador;
¡Tan lindos, tan pequeños, Tan queridos!
¡Y cómo cuando están así dormidos,
Inspiran más ternura y compasión!

Una lagrima vi que humedecía
La rosada mejilla de Julián;
La enjugué con un beso de ternura,
Y dije: “El pobre es una criatura,
A este tampoco lo podemos dar”.

Allí está Luis, su pálido semblante
Aún en medios del sueño deja ver
Las huellas del dolor; ¡padece tanto!
¡que a veces me pregunto, con espanto,
Si mi suerte será llorar por él!

Por largo espacio con los ojos húmedos
Mirándolo estuvimos: Juan al fin
Dijo sintiendo como yo sentía:
“A éste nunca jamás lo entregaría,
Ni por un mundo, ni por mundos mil”.

Allí Pepillo está: ¡Muchacho malo!
Nunca sumiso, siempre en rebelión,
No me deja un momento de reposo:
¡es tan inquieto, altivo y caprichoso,
Tan díscolo y travieso el picarón!

¡Pobrecito! para este sacrificio
¿Le tocará la suerte al infeliz?
“¡Oh nunca!” Dijo el padre con ternura;
que sólo de una madre la dulzura
Lo puede soportar y corregir”.

Al lado de la cama de Eloísa
Caímos de rodillas Juan y yo;
¡Hija del alma la queremos tanto!
Es nuestro orgullo y del hogar encanto
Por su bondad, su gracia y su candor.

Mi corazón latía con violencia
Cuando dije temblando: “A ella quizá
Para su educación... le convendría...
Mas Juan me interrumpió con energía:
¡Calla, calla por Dios! ¡Esta, jamás!

Solo falta Tomás, el mayorcito:
¡Tan sincero, tan noble, tan leal!
Es el vivo retrato de su padre:
“A éste, exclamé, del lado de la madre
Nadie del mundo lo podrá arrancar”.

“¡A ninguno!” exclamamos en concierto
“¡A ninguno, a ninguno!” repetimos
Con expresión de gozo indefinible;
Y luego le escribimos
En términos corteses a Roberto,
Que aceptar su propuesta era imposible.

Después de aquel momento,
Sentimos más valor, más energía,
Y sostenemos con mayor aliento,
El rudo trabajar de cada día.

Verdad es que ganamos el sustento
Con afanes prolijos:
Empero en el hogar reina el contento
Y no falta ninguno de los hijos.

Si la miseria alguna vez alcanza
A llegar al umbral de nuestra puerta,
No la ha de hallar abierta,
Porque tenemos puesta la esperanza.

En aquel, que de todos es consuelo,
Y con los ojos en la tierra fijos,
A los pobres protege desde el cielo
Y el pan les da para sus tiernos hijos.


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