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jueves, 8 de noviembre de 2012

Llueve, estos días llueve un poco.

Llueve, estos días llueve un poco.

Me gusta cuando llueve porque siento que no estoy solo, también me gusta porque siento que estoy solo.

Es una gran contradicción, no estoy solo en mi sufrimiento, no estoy solo en mi preocupación, no estoy solo en mi angustia y lo mejor de todo es que la Tierra llora conmigo porque no me deja solo

No quiero dormir sin escuchar la lluvia pero pienso en aquellas personas sin techo. Hoy miré varias veces a los ojos de un mendigo, él tiene un pequeño retraso, pero es como un niño para pedir las cosas y peligroso como un adulto cuando está embriagado. Ha aprendido en la calle a embriagarse. Veo en su rostro el rostro de mi Dios, pero tengo miedo. Alguna vez que quise darle un pan casi me ataca y no estaba ebrio ni drogado. Ha aprendido a pedir limosna y a comprar alcohol. Ha aprendido a comer y recibir comida. Recuerdo que tenía cuatro panes un día, en mi casa ahora somos tres, pero no le dí ni un pan, quería comérmelo, tenía hambre y mi justificativo moral fue recordar que me había rechazado antes la comida, que pusilánime fui, que poco ejemplo de humano, qué poca humanidad me queda. Pienso esta noche que si llueve, le puede caer a él también y ¿qué pasaría? él no tiene dónde ir, su familia lo ha abandonado. Recuerdo el poema que escribí hace años, el que aún me duele cuando lo leo, el que le escribe un interno del psiquiátrico a su familia, quizá a un amigo, quizá a un padre, hermano, pareja, o quien fuera, aún me duele cuando lo leo. ¿Quién lo habrá abandonado? ¿Qué pasaría si un día de estos yo fuera ese mendigo? ¿No me dolería aún si no entendiere lo que está pasando? Doy gracias a Dios cada día, cada noche, cada mañana por lo que tengo.

Llueve amiga mía, llueve porque me duele y porque a tí también te duele. Te duelen los ríos, te duelen los bosques, te duelen los campos, te duelen los animales, te duelen los que ya no existen, los que extinguimos y aún así nos bendices con la lluvia que alimenta la tierra.

Llueve amiga mía, porque yo también lloro, pero por mi egoísmo, porque me duele el pecho, porque tengo algo en el alma y en el cuerpo que no sanan y esperan la respuesta de un médico.

Me gusta la lluvia, porque puedo estar solo, alejado de personas, cualquier ser humano, para reflexionar sobre mí mismo, para reflexionar sobre lo que hago, sobre lo que vivo, para orar, para pedir a mi Dios un poco más de fuerza, un poco más de imaginación, para ayudarle y ayudarme. Es extraño cómo ha cambiado mi oración desde que era niño hasta hoy, pero aún mantiene la súplica por el mundo. No me permitas mi Dios que duerma una sola noche sin pedirte por el mundo, por este mundo que te implora, por este mundo que precisa de un corazón. Y mi Dios permíteme crecer e impúlsame a ser un hombre.

Me gusta la lluvia porque es mi momento personal de oración, mi encuentro personal con Dios, ese espacio donde mi Padre está en lo secreto.

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